Hay personas que irradian
alegría y luz, son almas limpias que nos hacen la vida más luminosa, más
llevadera. Se colaba por la haima todos los días, saludaba, abrazaba y sonreía;
un día trajo un paquete de lomo embuchado que compartió con todos nosotros.
Cometió el error de ir a
curarse las ampollas al botiquín de los franceses (podían llamarles los
carniceros del desierto). Tienen la
extraña forma de curar las ampollas: cortar, tapar y cerrar, cuando te quieres
poner las zapatillas con los pies hinchados el dolor es insoportable, muchos
han abandonado por esta razón; Rafa no lo hizo.
En la cuarta etapa de 81 kms
lo vi calzado con las crocs, envueltas en las polainas y esparadrapo, su cara
era un poema, apesadumbrado y hundido; lo abrazamos y, entonces habló: “Mi
padre murió con 44 años, esto no es nada, nada comparado con eso” una luz
brilló en su mirada, una poderosa luz, una potente fuerza lo poseyó, ya no era
la persona hundida de un segundo; su padre estaba allí. Lloramos y eso nos
liberó.
En el kilómetro 4 nos pasó
con trote extraño. Volvía a sonreir, al sobrepasarnos nos regaló una
maravillosa sonrisa que se me ha grabado en el alma, agitó la mano y nos dijo:
¡Os quiero!.
No lo volví a ver, poco
después el desierto caería sobre mí; probablemente nunca lo volveré a ver pero
recordaré su gesto amable, su forma de ser y de estar.
Estoy seguro de lo habrás
conseguido, lo vi en tu mirada, probablemente las crocs y el recuerdo hayan
sido una fórmula perfecta para que Rafa, el de la sonrisa eterna, haya llegado
donde quería.
En el camino, sobre, junto a
ti, la presencia, el calor de tu papá te habrá confortado y ayudado a
conseguirlo y eso me hace feliz en estos momentos de soledad.
Hasta siempre Hermano de la
eterna sonrisa…no la pierdas nunca.
Casablanca
Escrito desde la cara oculta
de la luna
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